La historia del primer asesinato fraguado en Internet

Carolina del Norte, octubre de 1996. En un jardín destartalado de lo que había sido una casucha familiar, la policía encuentra enterrada a una mujer. Su cuerpo muestra evidentes signos de tortura. Sus manos y sus pies estaban atados con una cuerda y en su cuello aparecían las marcas dejadas por una soga.

Después de días de búsqueda, la policía había dado con el cuerpo sin vida de Sharon Lopatka. Pocas semanas antes, Sharon, de 35 años, había dejado una nota espeluznante a su marido: "Si mi cuerpo nunca llega a ser recuperado, no te preocupes. Debes saber que estoy en paz".

Lo que sigue es la historia del primer asesinato consensuado que se fraguó en Internet. El caso, prácticamente olvidado en la actualidad, fue el primero investigado por la Unidad de Delitos Informáticos en las comisarias de EEUU. Un episodio negro en el que se mezcló el sadomasoquismo, las doble identidades y los temores propios del nuevo espacio virtual que se creaba para la ciudadanía.

 

Nacida en 1961, Sharon Lopatka era una mujer bajita y oronda. Estaba casada con su amor de juventud, un hombre llamado Víctor que trabajaba en el sector de la construcción. Los dos vivían en una pequeña casa en Hampstead (Maryland) rodeados de vecinos cercanos y afables.

Además de ayudar en todo lo que podía a las personas más próximas a ella, Lopatka dedicaba gran tiempo a una pasión que comenzó a emerger en la década de los 90. Frente a la pantalla de un aparatoso y lento ordenador, aquella mujer tímida empezó a pasar largas horas navegando por un mundo entonces extraño: Internet.

Lopatka se pasaba horas entre a la pantalla de un lento ordenador navegando por un extraño mundo: Internet>

Sharon llegó a la red en un momento en el que también lo hicieron millones de usuarios, justo tres años más tarde del conocido como el Septiembre Eterno de 1993. La fecha que marcó un antes y un después en la era virtual.

Con la apertura de la red al público en general gracias a la entrada en el negocio de America Online (AOL), Sharon Lopatka se sumergió en aquel mundo nuevo para dar rienda suelta a sus pasiones oscuras. En la red dejó de ser una vergonzosa y bajita mujer de pelo castaño y 90 kilos para presentarse como NancyC544, una rubia esbelta de 1,80 y cintura fina dispuesta a cumplir las fantasías sexuales de sus interlocutores.

El cambio no se produjo de la noche a la mañana. Las primeras veces que exploró Internet Lopatka adoptó una postura eminentemente práctica. Pensó que podía ganar algo más de dinero como suplemento a los ingresos de la casa y se animó a crear una página desde la que vender una guía con trucos para decorar las casas con el mismo lujo que se veía en los hogares de los famosos de Hollywood.

Aquella aventura murió pronto, pero Lopatka perseveró en su esfuerzo emprendedor. Su siguiente idea, eso sí, venía teñido de un color bastante más oscuro. 

NancyC544 empezó a anunciar cintas de vídeos pornográficas a 33 dólares cada una. Publicitó hasta 50 películas distintas. Películas que no existían. Pero esos engaños no fueron los que la llevaron a la muerte. Su final quedó sellada el mismo día en el que se desenmascaró con este mensaje:

Soy Gina y tengo el tipo de fascinación por la tortura hasta llegar a la muerte... Por supuesto, no puedo hablar de ello con mis amigos o familiares. Espero que no piensen que soy una rara o algo así.

Las fantasías sexuales sádicas insatisfechas la arrastraron a un grupo sobre necrofilia. A raíz de aquella nota colgada en el mundo digital, varios hombres contactaron con ella. Sin embargo, solo se vio con uno: Robert Glass.

Tras ese nombre se escondía un tipo aparentemente normal. Un informático que trabajaba para el gobierno del condado de Catawba (Carolina del Norte) y vivía solo después de haberse divorciado de su mujer. "Tenía más pasión por su disco duro que por su matrimonio", declaró tiempo después su ex esposa. Aunque la verdadera razón de su separación fueron los contenidos "extremadamente crudos, violentos e inquietantes" que encontró la mujer un día que tuvo a bien encender el ordenador de su marido. Aquello no era normal, pensó.

 

A él le gustaba infligir dolor, a ella padecerlo. Y quedaron para satisfacer sus deseos

 

II. El otro clímax

NacyC544 comenzó a intercambiar correos electrónicos con aquel programador barbudo de aspecto bonachón. Durante varios meses estuvieron chateando e intercambiando confesiones. Por la cabeza de Lopatka ya merodeaba la idea de llevar las cosas a otro nivel. Sentía que necesitaba desatarse también en el mundo físico. Necesitaba materializar su fantasía.

Sabía que a él le gustaba infligir dolor, y ella quería padecerlo. Un día se armó de valor y soltó lo que llevaba dentro: deseaba que alguien la estrangulara hasta la muerte en el momento en el que rozara el clímax sexual. Él aceptó ser el perpetrador de su fantasía.

El 13 de octubre de 1996 quedaron en verse. Aprovechando que su marido estaba de viaje, Sharon salió de casa para poner rumbo al sur del país. Posiblemente cerró la puerta de su hogar sabiendo que nunca volvería.

Un viaje de doce horas en tren la dejó en Charlotte. Allí estaba esperando Robert Glass. Juntos viajaron hasta la casa de él.

 

 

La angustia vino cuando Víctor, el esposo de Lopatka, llegó de su viaje y encontró la extraña nota dejada por su mujer. Corrió a la comisaria de policía, pero el operativo que se puso en marcha no sirvió para salvar a Sharon.

Los agentes accedieron al ordenador frente al que ella pasaba largas horas. Rastreando los emails, los agentes pudieron seguir el hilo de una conversación que apuntaba solo en una dirección: Carolina del Norte.

El 25 de octubre, doce días después de que Sharon se marchara, los agentes irrumpieron en la casa de Glass. Dentro encontraron la ropa de Lopatka junto a un maletín cargado con objetos habituales de la parafernalia sadomasoquista. Había también drogas, revistas pornográficas y un arma Magnum 357. A 20 metros, en el jardín, yacía enterrado el cuerpo de Sharon.

 

Encontraron pertenencias de Sharon junto a un material de sadomasoquismo, revistas pornográficas, un arma y drogas

 

La historia terminó con Robert Glass acusado de asesinato en primer grado pero condenado por homicidio voluntario. Su defensa sostuvo que la muerte de Lopatka había sido un accidente que se habría producido durante sus juegos sexuales, consentidos por ambas partes. A su favor estaba que llevaban tres días juntos cuando ella murió ahogada. La defensa prefirió hablar de asfixia durante el clímax antes que de estrangulamiento. Pero aunque fuese cierto, Glass no se libró de la pena. Además, durante la investigación del caso, en su ordenador se encontró material pornográfico infantil en el que aparecía explotando sexualmente a un menor de edad.

Este turbio caso alimentó los temores y las reticencias con las que algunos miraban Internet en aquellos años seminales. La historia de Lopatka y Glass sirvió para que sus detractores condenaran la red como un espacio que alimenta fantasías y comportamientos monstruosos. Dos décadas después, internet se ha convertido casi que en un bien de primera necesidad, pero ese debate de fondo sigue siendo esencialmente el mismo.

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